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martes, 21 de septiembre de 2010

EL REBAÑO


Eso es la seguridad: un doloroso mordisco. Así nos devuelven al nido. Ciegos, sin apenas movernos, creemos que podemos explorar el exterior. Pero nuestro única arma de defensa es nuestro miedo, y nuestros gritos de auxilio hacia la madre protectora. Algo debe haber ahí a fuera, peor que un bocado, y por eso preferimos dar marcha atrás, para que nos recojan del pellejo, y volver con nuestros hermanos. Los gatos aprenden pronto a rugir. O a soplar. Es una manera de pedir la distancia. No ven, no oyen, pero sienten el calor de quien se acerca. No nos conocen, y nos piden que no nos acerquemos. Tienen unas uñas pequeñas, finas como alfileres. Son inofensivos: pero ya saben soplar. Sólo les importa tener cerca a su madre para poder mamar, y el calor de la manada. Aún así, algunos gatitos deciden salir a explorar. Algo les atrae, pero también tienen miedo. Pronto vuelven al nido, asidos del pellejo, mientran mahúllan, muy bajito, y tiernamente. Cómo tú.

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