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jueves, 4 de septiembre de 2014

"Yo le di la mano al arzobispo en la cárcel"

Esta afirmación es cierta. Yo estaba en la cárcel, el entonces arzobispo de Valencia Carlos Osoro también estaba allí, y nos dimos la mano.

Afortunadamente, tanto él como yo, estábamos de paso. Yo estaba trabajando en Canal 9, y nos mandaron a grabar unas imágenes de la entrada de la "Cruz de los Jóvenes" en el centro penitenciario de Picassent . Al parecer, se trata de un crucifjio que va recorriendo varios países, y es también conocida como la Cruz de la Jornada Mundial de la Juventud. Nos acreditamos con anterioridad, acudimos con tiempo, y pasamos las distintas puertas con rejas automáticas que van cerrándose a tu paso mientras vas accediendo al interior de la prisión.

La Cruz fue portada por varios reclusos, al parecer jóvenes condenados por delitos sin sangre. Allí acudió monseñor Carlos Osoro, participó de la misa, y accedió a que le grabaramos unas declaraciones. Al finalizar, le di la mano como saludo, y agredecí su colaboración.

Nunca jamás me había planteado, ni conocía, ni había oído de qué manera debe uno saludar a un arzobispo. Quién sí estaba mejor informado era Luis, que además de cámara es un apasionado de las letras, la gastronomía, y un montón de cosas interesantes. Él me advirtió, a posteriori y en petit comité de mi error de protocolo. Resulta que a un arzobispo no se le puede dar la mano: o bien se despide uno con un par de palabras o se besa el anillo con la reverencia que corresponda. Sin embargo, nada en la reacción del representante de la iglesia me hizo creer que yo había cometido un error, o que él se hubiera disgustado.

Ese es el problema de ser agnóstico y republicano: que uno no sabe ya ni a quién rendir pleitesía.

Esta anécdota me viene a la cabeza porque recientemente monseñor Carlos Osoro ha cambiado la diócesis de Valencia por la de Madrid, y ha recibido varias muestras de agradecimiento en su despedida. Un ejemplo de su actitud fueron los gestos que tuvo con el uso del valenciano, tan olvidado en los oficios católicos. De él se ha dicho, además, que es una persona afable y dialogante.

De mi primer día en una cárcel (esto es real: el segundo fue para grabar un partido de futbito) recuerdo aquella cruz de madera, sobre las que los reclusos pusieron varios trozos de papel con sus deseos. Libertad y família eran los más repetidos. También recuerdo que sólo les pudimos sacar de espaldas, aunque a algunos les hizo bastante ilusión que hubiera ido la televisión. Me sorprendió su aspecto (suena ridículo decirlo, era normal),  y su actitud: se mostraban como si estuvieran entre amigos, gastándose bromas entre ellos, como intentando olvidar que cumplían condena.

De este vídeo no guardo imágenes (finalmente quedó en una cola o plató), pero sí del segundo (una liguilla entre equipos de internos y de gente que vive en libertad). Volviéndola a repasar me he llevado una sorpresa.

¿Le gustará a Blasco el fútbol sala?



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