Mec, mec! Suena un claxon. Una taladradora taladra la acera: abriendo las tripas para echar cable o rematando una obra nueva. Ni no, ni no! Grita la alarma de una ambulancia, de las 100 que pasarán hoy camino al hospital dos calles más para allá. Tronc tronc! El tubo de escape de una moto parada en el semáforo. Las ruedas se deslizan por la calzada. Desde mi habitación lo oigo como si estuviera allí. Son las 9. Empieza el ruido.
Casi casi es como estar en la calle. Como patearla. Porque se oye un huevo. No me deja dormir, pero ni siquiera me llega a despertar del todo. Vamos, que paso de salir de la cama. Eso sí, sin descansar. Calentito y tapadito, pero con cara de malas pulgas.
Las dos avenidas que cruzan debajo de mi casa hacen las veces de pared frontonera que fuerza un desagradable rever ,(rever-rever). Así que cuando pasa un coche, lo oyes unos segundos antes y unos segundos después. Ahora vuelve el silencio. No, ahora, no.
Echo de menos el silencio, al lado del campo. Despertarme sobresaltado por eso, porque no oía nada. Ruido, cómo te odio.
El tráfico dura lo que dura el desplazamiento de la gente al trabajo. Vamos a decir de 8 a 10. A esa hora siempre me desvelo, echo un pis e intento volver a la cama. Pero me supera. Quiero decir, vuelvo a la cama pero no consigo dormir. Después, a las 10, cesa. Y la cama me engulle, y me duermo, y se me hace tarde para todo. Son las 12. No es mi culpa. Es culpa del ruido.
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